" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

lunes, 17 de noviembre de 2014

LOS HOCINOS DE LAS PARRAS DE MARTÍN

                Existen lugares a nuestro alrededor que ya los antiguos consideraban mágicos. Lugares en los que los primeros humanos entendieron el gran poder de la Madre Naturaleza, la fuerza de los elementos y lo insignificantes que eramos ante tales energías. Aquellos seres humanos, humildes y analfabetos, entendían como nadie que era la madre tierra la que les permitía vivir un día mas. Por eso cada vez que salía el Sol le rendían pleitesía en lugares donde era visible el enorme poder de un planeta vivo.


                Aquellos seres humanos agradecidos y atemorizados han dado paso a la sociedad de hoy. Una sociedad más culta, más avanzada tecnológicamente, pero mucho más soberbia. Una sociedad que ya no tiene respeto alguno por el medio que le permite amanecer cada día, por las energías que mantienen un equilibrio necesario en el que desarrollar nuestra vida. La inteligencia ha hecho que nos consideremos los amos de todo, los dueños de cada uno de los animales con los que compartimos casa, de cada palmo de terreno. Nos hemos creído con el derecho de destrozar, romper, deformar, aniquilar, cambiar… Sin darnos cuenta que aquello a lo que maltratamos y golpeamos es en realidad lo que nos permite seguir viviendo. Y la cuestión no es si la tierra nos devolverá el golpe o no, la cuestión es cuándo lo hará.

                Por eso de vez en cuando es bueno visitar esos mágicos lugares. Perderse en las entrañas de nuestras sierras y buscar en ellas rincones donde la naturaleza nos muestra su fuerza y  su poder. Es bueno deleitarse con la belleza de parajes únicos que nos ponen la carne de gallina. Sitios en los que las palabras del viejo jefe indio “Seatle” cobran mucho mas sentido:


“Sabemos que la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Sabemos que están vinculadas todas las cosas. Lo que acontece a la tierra también le ocurre al hijo de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida, es solo un hilo del tejido. Todo lo que el hombre le hace a la tierra, se lo hace a el mismo”

Nuestra visita de hoy será al corazón de la comarca de las Cuencas Mineras, concretamente al río de las Parras, por lo tanto debemos tomar la carretera nacional 232 en dirección a Teruel. En Castel de Cabra cada uno decide su camino. El destino es Utrillas y algunos prefieren tomar la carretera de Palomar hasta Escucha y bajar después a la capital de la comarca minera y, otros, prefieren ir por Montalbán. Eso lo dejo a elección del lector y del explorador. En este caso nosotros nos decidimos por la segunda opción.

Cruzamos el viaducto del Barranco de Palomar. Aún hoy podemos ver bajo esta espectacular obra de ingeniería el antiguo puente e incluso podemos bajar hasta él para contemplar no sólo la belleza paisajística del lugar, sino también la espectacular estructura del viaducto antes mencionado. Dibujamos las sinuosas curvas anteriores a la travesía de Montalbán. Vemos los restos de aquel importante castillo, morada durante cientos de años de la orden de Santiago y víctima de las conquistas que el Cid realizó en nuestras comarcas. Una vez más las guerras carlistas se encargaron de barrer el recuerdo de aquella importante fortaleza.

Atravesamos Montalbán y, una vez llegamos a la rotonda del cruce de Caminreal, Teruel y Zaragoza, tomamos la tercera salida en dirección a Utrillas.  Conforme ascendemos por la Nacional 420 hacia la villa minera, a nuestra derecha vemos un grupo de madrugadores senderistas que atraviesa uno de los túneles de la antigua vía de tren que unía Utrillas y Zaragoza. Se han acondicionado los primeros kilómetros como vía verde. Tiene que ser una interesante excursión.

En la travesía de Utrillas tenemos señalizado el camino hacia Las Parras, así que giramos a la derecha por el lugar indicado y nos adentramos en su casco urbano unos cientos de metros. Después giramos a la izquierda. Una vez dejamos a nuestra derecha la enorme fabrica de Casting Ros el firme se vuelve mas irregular, mas estrecho. Esa es la carretera que nos lleva a nuestro destino.

Sorprende la ubicación del pequeño pueblo de Las Parras. Protegido por la sierra de San Just, se asienta en un estrecho valle de acceso tortuoso. Hoy en día este pequeño y hermoso pueblecito es barrio de Utrillas pero, a pesar del estado de la techumbre de su iglesia, en ningún caso puede considerarse un pueblo fantasma. Sólo hay que fijarse en las huertas, en la ropa tendida, en los jardines de algunas casas… Las Parras de Martín todavía es un pueblo vivo.

Aparcamos el coche junto a la señal de madera que informa del sendero de acceso a los hocinos. Después nos dimos cuenta que, para los menos andarines, todavía podemos ir unos cientos de metros en coche. Incluso con un buen todoterreno podríamos llegar casi hasta los mismos hocinos, pero el desconocimiento inicial nos hizo desistir de ir mas allá.

El inicio del camino es ancho, nada complicado, y se mantendrá así en la mayor parte del recorrido. Ya en el inicio podemos ver las impresionantes formaciones calizas que coronan los macizos desnudos. Vigilan el sosegado paso de las aguas del río de Las Parras. Sin embargo la desnudez de estas montañas no es completa. De vez en cuando oasis “choperos” de colores verdes y ocres cubren partes determinadas de sus laderas, anunciando que allí brota agua.

Una indicación nos invita a seguir una estrecha senda a nuestra derecha que discurre por la ladera de la montaña. No es necesario que toméis ese camino: si seguís por la pista principal, vadeando el río, podréis continuar por la orilla del cauce hasta un puente de cemento. Una vez allí, tomando el camino de la derecha que inicia la subida por la ladera de la montaña, iremos a parar al mismo lugar donde nos dirigía el sendero anterior.


      Seguimos el camino. No dejamos de disfrutar, a un lado y otro, de los espectaculares roquedos calizos que acompañan nuestro paseo. Finalmente, tras una bajada prolongada, llegamos a la orilla del río, a los pies de una pasarela de madera. Aquí es donde hay que ponerle un “pero” a la indicación vertical, pues la colocación del cartel que hay justo antes de cruzar confunde al visitante y los contrariados senderistas han dibujado muchos senderos infructuosos. Para ver los dos hocinos es necesario cruzar el puente. El Hocino del Pajazo a la derecha y el Pozo de las Palomas a nuestra izquierda.


Por cierto, antes de llegar a la orilla de la corriente de agua, dejamos una formación pétrea espectacular a nuestra izquierda. Un extraño conglomerado de rocas y vegetación enclavado estregicamente sobre uno de los hocinos. Sus formas, los muros de argamasa que cerraban la roca horadada o incluso los restos de hollín en varios de sus recovecos lo hacen realmente curioso. Leímos que se trataba de una necrópolis, pero lo extraño del lugar no nos dejó del todo convencidos de esa explicación.

Nos decidimos primero por visitar el Hocino de las Palomas. El camino que discurre junto al río hasta el cañón donde se esconde este enclave excepcional ya es espectacular, y mas en esta época del año. Los tonos ocres con los que el otoño dibuja su estación en los enormes chopos que vigilan nuestros pasos, los tonos grises y anaranjados de las murallas de piedra y los variados verdes de la vegetación ribereña convierten el camino en una preciosa explosión de vida y colores.

Pero lo mejor está por llegar. Poco a poco la vegetación va dando paso a la roca caliza. Las enormes paredes de piedra se cierran por ambos lados, dejando en el centro un estrecho desfiladero labrado por el líquido elemento a lo largo de millones de años. El lugar es espectacular, a la par que maravilloso. 


Al fondo, más allá del final de la estructura artificial que nos permite caminar sobre las aguas, la roca se rompe. De sus entrañas sale el sonido amplificado del agua al golpear. La cortina de agua evaporada que cierra el paso al enorme “ojo” de la roca, se tiñe de bellísimo arcoíris al recibir el sol del mediodía. Un manso y desacompasado caudal de agua transparente resurge de la oscuridad de la enorme cueva tallada por ella misma con años de esfuerzo, dedicación y paciencia, y continúa su camino buscando un nuevo reto, un nuevo obstáculo que superar. 

Aquel lugar me recuerda a las películas de mi infancia. A los mágicos lugares amazónicos que aparecían en películas como “Tras el corazón verde”. Sin embargo este lugar está aquí, apenas a 45 minutos en coche desde Alcorisa. Imperdonable no conocerlo. 

¿Qué pensarían nuestros antepasados ante esta obra de arte esculpida con el cincel del tiempo por la madre naturaleza?
 



Impresionados todavía por la belleza de la mágica cueva de las Palomas, y después de la pertinente sesión de fotos,  emprendemos rumbo hacia el Hocino del Pajazo. El sendero que nos conduce hasta él también es bellísimo. Agua, vegetación y grandes y vertiginosos roquedos que se yerguen hacia el cielo: la combinación perfecta para dejarnos boquiabiertos.

Nuestra llegada al Hocino del Pajazo nos deja fríos. Es un salto de agua de unos 10 metros de altura y de gran belleza que cae sobre un pozo rodeado de una espesa vegetación, pero sin lugar a dudas el de las Palomas se ha quedado impregnado en nuestra retina. Ver la extraordinaria belleza del primero ha provocado que el segundo no nos haya impresionado tanto, así que mi recomendación es que para aquellos que visitéis el lugar, os acerquéis primero a este hocino y dejéis las Palomas para el final.


Tras superar el hocino, el río de las Parras abandona las estrecheces y se desliza suavemente a la cola del nuevo pantano construido cerca de Martín del Río. Desde nuestra posición distinguimos a la perfección la presa de escollera que cierra el último tramo montañoso, antes de desembocar en  el río Martín.


Cuando vamos a iniciar la vuelta intento escuchar el silencio, el lamento de una naturaleza viva que ve como los seres humanos la castigamos una y otra vez sin piedad. Es en ese instante cuando pienso: ¿seremos capaces de agradecer algún día a la Tierra todo lo que ha hecho ella por nosotros?



1 comentario:

  1. Excelente descripción de estos lugares de mi pueblo. Lástima no haberla descubierto antes. Si quieres volver a visitarlo con guía local (sin coste alguno, por supuesto) no dudes en contactar conmigo. Tienes más información de mi pueblo en mi blog: http://bloglasparrasdemartin.blogspot.com/

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