" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

martes, 28 de enero de 2014

SAN PEDRO DE LA ROQUETA (Montoro de Mezquita)


Importante señorío del medievo, dominio de los ilustres condes de Montoro. Esta pequeña población, enclavada en un lugar excepcional, sigue viendo pasar las mansas aguas del Guadalope bajo sus pies después de cientos de años de historia.


 
Visitar Montoro de Mezquita es comprobar la fuerza de la naturaleza. Disfrutar de las grandes obras de arte esculpidas con el cincel del tiempo. Al norte, al este, al oeste, al sur. La naturaleza en este lugar  viste al Guadalope con la sobresaliente caliza, con la monumentalidad de enormes cortadas rocosas. Bajo el abrigo de una de esas rocas, aguas arriba de los bellísimos órganos de Montoro, una pequeña ermita.


         Y en esta Ermita poco conocida, de un pueblo casi olvidado, encontramos una de esas leyendas que llaman la atención del visitante. Una de esas leyendas que te ayudan a mirar lo que tienes ante ti desde un prisma distinto. Las viejas historias, los viejos recuerdos, son un añadido importantísimo al patrimonio del que disfrutamos, pues no solo te fijas en sus piedras, en sus paisajes, en su estructura… también te centras en imaginar la escena de aquello que paso hace cientos de años en el mismo sitio en el que estas.

          Como he dicho muchas veces, añadir una leyenda a un edificio es dotarlo de vida, impregnarlo de recuerdos que ayudan al visitante a calibrar la importancia del lugar.


“Este Santuario, ya antiguo por los años 1353, se hizo memorable por el favor siguiente y sus circunstancias raras. Por los años de 1350 se padeció por siete años grande necesidad de agua en nuestro Reino de Aragón y especialmente en la Bailía de Cantavieja. Hacíanse continuas rogativas y penitencias, pero irritada la Justicia Divina negaba el socorro a la tierra. Creciendo, pues, la aflicción de los pueblos, en medio de aquellas penitencias y a mitad de ellas, determinaron siete mozos naturales de la villa de Villarluengo salir de su patria en romería y penitencia visitando todos los santuarios de nuestro reino, y de otros, e implorando la Divina Piedad. Ejecutada esta romería, y no lloviendo como rogaban al Señor, volviendo ya a sus casas se les ocurrió visitar la ermita de San Pedro de Montoro, no muy distante de su patria. Visitaron devotos este Santuario y luego se cubrió de nubes el cielo y comenzó a llover. Dieron gracias al Santo Apóstol y tomando viaje a su patria, repitiose la lluvia con tanto ímpetu que hallándolos extenuados de penitencias y trabajos murieron los siete en el camino. Fue singular el gozo de Villarluengo y de otros pueblos, en la lluvia tan deseada. Pero se aguó en parte el gozo con la muerte de aquellos dichosos mozos.

http://www.montorodemezquita.es/historia.htm
http://www.maestrazgo.org/montoro/costumbr.htm

viernes, 24 de enero de 2014

"RECUERDOS" DE UN AMARGO RECUERDO

       
       En alguna de nuestras excursiones por la naturaleza seguro que hemos encontrado restos de la contienda mas terrible en la historia de nuestro país. Casquillos de bala, bayonetas... y lo mas habitual, pequeñas defensas pétreas que servían de trinchera a los soldados de primera linea del frente. De hecho, cerca de la cumbre del Morrón de Viñas y en la zona de los Troncazales, en plena sierra del caballo, todavía podemos encontrar restos aislados de estos pequeños puestos de combate. 

          El Bajo Aragón fue una de las zonas del conflicto en las que la lucha fue mas cruenta y devastadora, la antesala de lo que posteriormente se convertiría en la batalla mas importante de la guerra civil, la famosa batalla del Ebro.
         Pero, al menos yo, jamas había encontrado nada como este casual descubrimiento. Jamas un encuentro repentino me había provocado a la misma vez excitación por la historia de lo que había ante mis ojos y tristeza por lo que aquello significaba.
      Ha sido en la vieja carretera de Valdealgorfa, sobre una de las pequeñas lomas que escoltan el serpenteante discurrir del pavimento, donde he encontrado un pequeño tesoro histórico. Una linea de defensa de casi 300 metros de larga con varios puestos o trincheras de piedra seca. Algunas todavía conservan el hueco por el que los soldados asomaban sus armas buscando una victima mas en una guerra cruel e injusta, una guerra que demuestra lo poco que el ser humano ha evolucionado desde el día en que nos pusimos a "dos patas".
       Es curioso como aquellas piedras amontonadas de forma estratégica han aguantado los envites del tiempo y los elementos, como aquellos pequeños muros destinados a salvar vidas y quitarlas han permanecido inmóviles, esperando que su presencia nos haga recordar aquellos aciagos años donde la miseria del ser humano rozo sus mayores cotas, para que no tengamos la tentación de repetirlos.
        No hay bandera, idea, territorio o sueño de grandeza que merezca derramar la sangre de un inocente. No hay nación ni proyecto que se construya desde el rencor, la envidia, la violencia, la avaricia o el egoísmo. No hay ser humano ninguno con derecho a sacrificar a otros seres humanos por lo que el considera su destino. El único destino de gente así debería ser un aborto prematuro, un golpe encima de la mesa de nuestra madre tierra para que esas mentes enfermas nunca vieran la luz del sol.

ASI FUE LA BATALLA QUE NUNCA DEBIO SUCEDER:



"...El dia 14 el CTV llega a Alcañiz encontrándolo tal como ellos lo habían dejado después de el ataque aéreo y a partir de hay Vicente Rojo, jefe del estado mayor republicano, reforzara la zona de frente del Bajo Aragón y el Maestrazgo con dos de las mejores divisiones del ejercito popular, la de Manuel Tagueña 3ª y Enrique Lister 11ª, los nacionales ya no avanzaran tan deprisa, pues se han puesto en el tablero bajo aragonés dos de las mejores unidades republicanas..."
"...Llega la división de Lister a la zona de combate y se despliega 2km al NO de Valdealgorfa hacia Torrecilla, protegiendo el importantísimo nudo de comunicaciones que era el cruce de Tarragona – Castellón por el norte o flanco derecho, y enlazaba con la agrupación Reyes que defendía Caspe y la 35 división internacional, por el sur o flanco izquierdo se unía con la 3ª División de Tagueña, su centro estaba situado en Valdealgorfa y su puesto de mando en la casilla de camineros del cruce de Torrecilla en las Horcas..."
"...Mientras tanto la división Italiana 23 di Marzo se mantiene en Alcañiz reagrupando a sus fuerzas bastante dispersas por la rapidez de los avances en los días anteriores, eso permite a Lister fortificarse a lo largo de la línea de Torrecilla..."
"...las bajas Italianas en esa campaña fueron un total de 731 muertos, 2481 heridos y 13 desaparecidos, los caídos fueron sepultados en los cementerios de Torrecilla, Valdealgorfa, Castelseras y Alcañiz, los republicanos tuvieron en la ofensiva de Aragón 4915 muertos 900 heridos y 5588 prisioneros, muchos de sus restos reposan en las trincheras que defendieron y otros fueron enterrados en los cementerios de los pueblos, generalmente en fosas comunes..."

http://recreacionesfrentedearagon.blogspot.com.es/2011_07_0…
   













martes, 21 de enero de 2014

LA NEVERA DE LA MATA DE LOS OLMOS

       

      Existen  municipios que  a primera vista no llaman la atención del viajero. Municipios cuyas construcciones periféricas, aquellas que distinguimos cuando pasamos por su travesía, nos inducen a pensar que el resto de la localidad estará cortada por el mismo patrón. Tendemos a pensar que si no distinguimos la silueta de un Castillo o los restos de un recinto amurallado, esa localidad no esconde nada a nuestros ojos. Y nos equivocamos. Ejemplos hay muchos: Calaceite, Las Parras de Castellote, Valdealgorfa... o nuestra protagonista de hoy, la Villa de La Mata de los Olmos. Pese a que cuando los atravesamos en coche no llaman especialmente nuestra atención, esconden rincones bellísimos, historia hecha piedra y una riqueza arquitectónica que no debemos perdernos.
            En esta ocasión visito un lugar cercano. Un municipio en el que nuestros antepasados conservaban la nieve del invierno para que pudiera ser utilizada el resto del año, cuando la necesidad lo requiriese. Un lugar recuperado del olvido, del uso como almacén de enruna que se le dio una vez dejó de utilizarse para su fin original.
            Inicio mi camino por la Nacional 211 en dirección a Teruel. Dejo a mi derecha Los Olmos, otro de los municipios cuyas generaciones presentes no han podido disfrutar del castillo o torreón que presidía la localidad. Tras un pronunciado cambio de rasante, y después de haber atravesado las serpenteantes curvas que dibuja la carretera tras el cruce de Los Olmos, llego a La Mata.
            Hasta 1857 esta villa era conocida como La Mata. Fue en 1860 cuando se agregó oficialmente el añadido de “los Olmos”. Su historia está ligada a la orden de Calatrava desde el rey Alfonso II le cediera la tierra “reconquistada” de manos musulmanas. Hasta 1834 no se constituyó como Ayuntamiento.
            Aparco a la derecha, en la misma travesía, y  ya veo acercarse a la que hoy será nuestra anfitriona. Eva Félez, amiga y vecina de La Mata de los Olmos, se brindó amablemente a enseñarme la nevera de su localidad en cuanto se lo propuse. Aunque con la condición de que también fuera testigo del resto del patrimonio arquitectónico que La Mata de los Olmos esconde en su interior.
            Tras los pertinentes saludos, iniciamos nuestro camino por una de las callejuelas que se introducen en el casco urbano de la Villa. Siempre me ha llamado la atención la extraordinaria vivienda  que encontramos nada mas acceder a la calle a nuestra izquierda. No sólo por su decoración en la fachada, sino también por el enorme jardín que se abre ante ella. No sé la edad que puede tener la construcción, pero sin lugar a dudas aquella casa pertenece a una de las familias más importantes de la localidad.
Continuamos el recorrido y, frente a nosotros, distingo una bella fachada de sillar recién restaurada. En los dinteles hay varias imágenes angelicales y, sobre el arco dovelado de medio punto de la puerta de acceso, existe un escudo familiar raído. Por lo que nos contaron después, las imágenes y el escudo sufrieron una proyección de arena excesiva y resultaron dañados durante la restauración. Los dueños están a la espera de que expertos en la materia vengan a recuperar su esplendor de tiempos pasados.

            En apenas 200 metros me doy cuenta de la importancia que tuvo la villa. Fachadas de hermoso sillar, arcos dovelados sobre muchas de las puertas de acceso a las viviendas y primeros pisos de gran altura. Sin lugar a dudas, La Mata de los Olmos fue en algún tiempo una localidad prospera, en la que muchos de sus moradores tenían la posibilidad de construir en piedra sillar y de tallar su heráldica en la fachada. Algo al alcance de muy pocos en aquellas épocas.
            Me fijo en la estructura de las calles y plazas por las que pasamos. Asimétricas, con rincones y esquinas por doquier y sin ningún criterio lineal en las construcciones. Desde el desconocimiento, y por lo que he aprendido de expertos en la materia, la estructura urbana podría ser de origen musulmán, como las villas vecinas de Andorra o Calanda. Es lógico pensar que los nuevos pobladores aprovecharan lo que dejaron aquellos que huían al sur ante las embestidas del ejército cristiano. Los siglos han cambiado el aspecto de esas calles, pero no  la geometría original.
            Cruzamos una coqueta plaza presidida por una pequeña ermita encalada con un bonito pórtico de entrada. Es la ermita del Rosario, construida a finales del siglo XVIII y que tiene su espadaña como elemento más característico. Es allí donde conocemos a una entrañable anciana, Carmen. Una  de esas mujeres que pese a su edad, sigue teniendo una vitalidad enorme y una simpatía excepcional. Una de esas ancianas que siempre esta dispuesta a compartir contigo una sonrisa.
Seguimos nuestro camino, dejando a la izquierda el pequeño templo de oración, y nos adentramos en un camino rodeado de bellas huertas “amuralladas”.  Pasamos junto al curioso lavadero y, unos pocos metros más adelante, encontramos la “fuente vieja”. Tal como se nos dice en la excelente pagina web de la localidad, estuvo en pleno uso hasta 1970, fecha en la que se construyo la red de agua potable. Es una bella estructura de sillería y techo de losa de piedra. Pero lo que la hace todavía mas bonita es el entorno cuidado y  limpio, donde los elementos han sido escogidos muy acertadamente. Uno de esos sitios donde te sientes a gusto. En el que estarías horas disfrutando del silencio o de una buena conversación.

Volvemos hacia la población. El paseo es maravilloso. A los innumerables detalles arquitectónicos que existen en La Mata se unen las sonrisas de la gente, los saludos cariñosos, las miradas entre inquietas y curiosas tras los vidrios de las balconadas. Imagino cómo seria realmente aquella población en el siglo XVI. ¿Con qué recursos contarían sus habitantes para poder costear el trabajo de los maestros canteros de la época? Por el escudo de la Villa imagino que el grano fue un recurso de importancia capital. Pero quiero pensar que también se benefició del boom que experimentó la exportación de lana en aquella época.
La plaza del Ayuntamiento merece un aparte. El conjunto formado por la Iglesia Mayor y la Casa Consistorial confieren al lugar una belleza excepcional. Es una de esas plazas con encanto que nadie se puede perder. La construcción a dos alturas convierte un desnivel insalvable en un recurso de gran belleza arquitectónica. La lonja con sus bellas columnas, la cárcel, el arco de medio punto que da acceso a la entrada principal del Ayuntamiento, el perfecto sincronismo estético en la unión de los dos edificios. .Un lugar bellísimo para los amantes de la construcción en sillería.
Todavía disfrutamos de dos edificios más de bella factura: la antigua escuela, que estuvo en servicio hasta finales de los años 80 del siglo pasado, y la ermita  de la Virgen de Gracia, del siglo XVII. Desde allí tomamos rumbo hacia nuestra construcción protagonista, “la nevera de La Mata”
Tras el proceso de recolección de llaves llevado a cabo por nuestra anfitriona, tomamos una calle costeruda, bien pavimentada. Ya distingo, a mi derecha, una especie de túnel de hormigón saliendo de las entrañas del cabezo. Conforme nos acercamos me fijo en la puerta de madera (mala elección en un lugar de tanta humedad) y en el panel explicativo que la institución comarcal ha situado en la entrada de la pequeña estructura.
La nevera de La Mata pertenece a la ruta comarcal de “Las bóvedas del frío”. Prácticamente todas las localidades tenían su propia nevera, pero algunas, por desgracia, no han llegado hasta nuestros días. Según parece, la nevera de La Mata de los Olmos ya estaba en funcionamiento a mediados del siglo XVII, ya que existe documentación histórica en la que aparece reflejada. De hecho hay constancia de que sirvió nieve a la localidad de Alcañiz desde 1657 a 1816.
Según podemos leer en el panel de la entrada a la nevera de La Mata, dado su gran tamaño y su excelente ubicación geográfica, fue utilizada a menudo para un comercio de tipo comarcal. Aunque el fin de su actividad llegó muy pronto, pues en 1855 era incluida en una subasta pública para su venta.
Una vez dentro encuentro un pequeño patio cuadrado con los cuadros eléctricos a la derecha. En esa misma dirección, un pasillo decorado de hormigón baja hacia lo que parece la antesala de la nevera. La decoración es austera, pero las columnas simuladas en tela y los tonos azulados de la iluminación crean un ambiente muy acogedor. Nada más entrar en la antesala, a nuestra izquierda, vemos una serie de fotografías del resto de neveras visitables que existen en nuestra comarca. Nada más y nada menos que seis: Alcañiz, Calanda, Belmonte de San José, Cañada de Verich, La Ginebrosa y Valdealgorfa. Allí mismo también podemos ver una maqueta detallada de cómo la nieve se introducía en las neveras y de qué forma se procedía a su colocación. Un elemento imprescindible para entender el funcionamiento de aquellas extrañas bóvedas.
Sigo el camino del pequeño conducto de desagüe y me introduzco por un angosto pasillo. La verdad es que el tamaño de aquel pozo no deja indiferente a nadie, y más porque la mayor parte de él fue excavado en la misma roca de la montaña. Es increíble la precisión en la curva que aquellos antiguos picapedreros conseguían. Es casi un círculo perfecto. Levanto la vista y mi sorpresa es aún mayor: una bellísima bóveda de sillería digna de cualquier templo de culto cierra el techo. Tiene hasta cinco aberturas. Cuatro pequeñas para respiración y la central, mucho más grande, para acceder al lugar. No dejo de mirar la bóveda e intento imaginar la impresionante estructura de madera que se hubo que montar en el fondo de aquel enorme pozo para cerrarlo con sillería. El lugar le pone a uno la carne de gallina.


Tras un rato más de admirada contemplación salimos de nuevo al exterior. Nos acercamos a la parte superior para ver el remate sobre los sillares. Son simples piedras amontonadas para disimular lo que se esconde debajo, aunque por lógica seguridad han tapado el acceso al interior. Si no sabes que es una nevera, nunca lo adivinarías desde arriba.
Ya de camino al coche y mientras me despido de Eva, nuestra excelente anfitriona, pienso en qué es lo que más me ha gustado de mi visita, si la fascinante bóveda de la nevera, los arcos dovelados de los caserones matinos, la belleza arquitectónica de la plaza… pero no, lo que mas me ha gustado de este pueblo son sus gentes, su amabilidad, su sencillez, su disposición a sonreírte pese a ser un extraño con cámara de fotos. La Mata de los Olmos es visita obligada para los amantes de lo bello, pues en su interior alberga belleza arquitectónica, amabilidad y una gran dosis de simpatía. Y eso que no nos dio tiempo a conocer la casa de la curva… Pero eso es otra historia.


viernes, 17 de enero de 2014

CONVENTO DE CALANDA

        Hoy  visitamos un lugar escondido, oculto sobre los grandes barrancos de la sierra de la Ginebrosa. Abrupta formación rocosa que divide el río Guadalope entre los valles de Mas de las Matas y Calanda.



         Su difícil acceso ha hecho que muchos de sus visitantes hayan deambulado sin rumbo por las pistas forestales que lo rodean sin conseguir encontrarlo. Son varias las posibilidades que el visitante tiene para llegar hasta esta fastuosa obra del siglo XVII, pero en esta ocasión, y por recomendación de los habitantes de la zona, tomaremos la ruta que se inicia en la localidad de La Ginebrosa.

         Tomo la A-225 en dirección a la localidad vecina de Mas de las Matas. Rodeo la localidad por la variante construida para tal fin, y  me incorporo a la carretera A-226 en dirección a Castellote. Me fijo a mi derecha en el Matadero municipal, uno de los pocos mataderos de nuestra zona que cumple las exigencias de la Unión Europea, lugar de peregrinación de muchas de las carnicerías del Bajo Aragón, que se ven obligadas a desplazarse hasta esta localidad para realizar la matanza.  Poco después vuelvo a tomar la carretera A-225 en dirección a Aguaviva girando hacia la izquierda en el cruce que se encuentra a unos 100 metros del matadero.

         Atravieso el Río Guadalope y recorro aproximadamente 5 kilómetros hacia la localidad de Aguaviva. Una vez allí, encuentro un desvío hacia la izquierda en dirección al municipio de La Ginebrosa tomando la carretera A-1409. Atravieso el Río Bergantes y continúo por la margen derecha de su cauce hasta que la carretera comienza a picar hacia arriba. El enorme valle formado por los ríos Guadalope y Bergantes, y compuesto por las huertas de Aguaviva y Mas de las Matas es un valle plagado de árboles frutales, melocotón en su mayoría, e inundado de enormes masias, encargadas de dar cobijo a los trabajadores de esas tierras cuando los medios de transporte no eran ni tan sofisticados ni tan rápidos como los actuales.
          Al llegar a la localidad de La Ginebrosa es cuando llega la parte complicada del recorrido. Nada mas salir del casco urbano, y en dirección hacia la Cañada de Verich veo a mi izquierda un camino en línea recta, el primer camino que encontraremos nada mas salir de la Ginebrosa y el camino que debemos coger para poder llegar a nuestro destino.  A mi derecha varias granjas escoltan mi trayecto hasta que llego a una intersección. Una vez en ella tomo el camino hacia la izquierda y continúo mi recorrido varios kilómetros hasta que este se divide en tres. Continúo por el camino de más a la derecha, el que asciende por la ladera de la montaña y nos introduce ya en el joven pinar. Continúo por ese camino y comienzo a descender por la cara norte de la montaña en dirección al embalse de Calanda. Tras un par o tres de kilómetros de descenso, tomo el primer camino en buen estado que encontraremos a la derecha. Asciendo la ladera y comienzo de nuevo un pequeño descenso.


Observo un camino a mi izquierda que se introduce serpenteante por el abrupto valle formado por promontorios rocosos que le dan forma. Puedo distinguir una vieja construcción en lo alto de una de las dos colinas que lo secundan, parece una vieja ermita, quizá un punto de vigilancia de los antiguos moradores del lugar. Giro hacia la izquierda y comienzo a descender. Comienzan a verse viejas construcciones derruidas con el paso del tiempo y la acción salvaje del ser humano, algo me dice que estoy cerca de mi destino. 

         Empiezo a distinguir la enorme construcción. Un edificio en piedra sillar de extraordinarias dimensiones que ejerce de testigo mudo, de vigilante silencioso ante la inmensidad del valle que se abre ante él. Pese a estar en estado ruinoso conserva todo su porte, su estructura original, la inmensidad de sus estancias, la dignidad de la basílica y la cúpula que lo acompaña y la dificultad arquitectónica que tuvo que suponer semejante obra de ingeniería en un lugar tan lejano. Alrededor de la edificación principal se distinguen varias construcciones satélite encargadas en su día de dar servicio a los moradores del lugar, prueba inequívoca de la incesante actividad que en tiempos pasados tuvo que tener el lugar. 

         Aparco mi vehiculo en la explanada artificial que preside la fabulosa entrada a la iglesia. Busco entre las montañas cercanas signos de existencia de algún tipo de excavación, de algún resto que me indique cual fue el lugar del que los canteros arrancaron, con la maestría que les caracterizaba,  los grandes bloques de piedra que componen el puzzle de tan sobresaliente construcción, pero no consigo distinguir nada. Examino entonces con detalle la sobria portada del templo, distingo hasta tres símbolos distintos tallados en los diferentes sillares que soportan erguidos y orgullosos el paso del tiempo, señal inequívoca de la participación de, al menos, tres maestros canteros distintos en la construcción del monasterio.


         El Monasterio de Calanda, fundado en 1682 por carmelitas descalzos bajo la advocación de San Elías, es un conjunto conventual de gran tamaño que llego a albergar hasta 40 religiosos. A lo largo de su historia ha tenido que ser parcialmente reconstruido en dos ocasiones, en 1705 con motivo de la guerra de sucesión y en 1809 con motivo de la guerra de la independencia. Aun hoy, pese a su deteriorada situación podemos distinguir los cambios constructivos sufridos con el paso del tiempo.


         Fijo la mirada en una inscripción que todavía perdura  sobre el lugar que en su día debió ocupar la talla de San Elías, en ella dice: “VIVIT DOMINUS DEUS ISRRAEL”. La portada del Templo, de construcción barroca, es simple y muy sobria, pero su elegancia constructiva y su simetría nos dan alguna pista de la majestuosidad que aquel lugar tuvo en tiempos pasados. Me introduzco en la nave central de la iglesia accediendo por la puerta principal. En la cara sur del monasterio hay un cartel avisándonos de que el estado es ruinoso, y que esta prohibido acceder al interior, así que si finalmente nos aventuramos a infringir la prohibición debemos saber que es bajo nuestra responsabilidad y que debemos hacerlo con sumo cuidado, pues los antiguos monasterios disponían de criptas, bodegas y sistemas de alcantarillado que pueden hacernos sufrir algún accidente. Sin olvidar, claro esta lo que tenemos sobre nuestras cabezas, ya que también se puede sufrir algún desprendimiento.

         Pese a que el tejado del Templo esta prácticamente derruido y las paredes han estado expuestas durante años a la inclemencia de los fenómenos atmosféricos y al vandalismo de algunos desalmados que han decidido que las paredes de este edificio histórico sean su bloc de notas particular, todavía hoy podemos distinguir parte de la riqueza escultórica y pictórica de que dispuso la iglesia. Podemos observar restos de pintura decorativa y formaciones en yeso que decoraban la parte superior de la Nave. Llama la atención la impresionante cúpula que se abre sobre nosotros, la mayor parte de ella todavía mantiene su estructura original, aunque el inmisericorde paso del tiempo ya ha conseguido abrir un par de agujeros en ella. Dispone de ocho capillas y el altar mayor. Altar que en sus inicios fue construido en madera utilizando los recursos disponibles de la zona, y fue trasladado a Calanda tras el abandono del Monasterio debido a la Desamortización de Mendizábal. Desde entonces el Monasterio ha estado en manos privadas, manos que no han estado a la altura para preservar su conservación.

         Observo a mi izquierda lo que antiguamente fue la puerta que unía el templo con el resto del convento. Paso con cuidado bajo un tronco raído hasta un pasillo que atravesaba la construcción de norte a sur, un pasillo que  bajo mi punto de vista, vertebraba las diferentes estancias, la basílica, la casa o palacio del lider espiritual de aquellos eremitas, los dormitorios, el comedor y la cocina y el claustro. Hay que andar con sumo cuidado debido a los innumerables derrumbes que ha sufrido la construcción, pero el lamentable estado de conservación no impide en absoluto contemplar la riqueza arquitectónica del lugar. 

         Todavía se distingue el pequeño claustro, presidido en el centro del mismo por un pozo actualmente seco. El comedor donde los religiosos escuchaban los rezos emitidos desde el pulpito mientras devoraban los caseros alimentos. La cocina que aun hoy tiene decoradas sus paredes por el negro hollín y en la que todavía es perfectamente visible el horno donde cocían su propio pan. La pequeña residencia del Prior con sus diferentes estancias. Los enormes pasillos abovedados que componían los sótanos del Convento. El antiguo manantial, carente hoy del líquido elemento bien por la sequía bien por la falta de mantenimiento del lugar. 

En resumen, pese a su lamentable estado, todavía hoy somos capaces de adivinar la grandiosidad que en un tiempo pasado tuvo aquel lugar. No es difícil imaginar al cenobio Carmelita cultivando las fértiles tierras de labor que componen el monasterio, no es difícil imaginar el aroma a pan recién hecho saliendo del viejo pero todavía conservado horno, no es difícil imaginar los rezos, cantos y reflexiones que esos espectaculares muros, muros orgullosos que se niegan a sucumbir al paso del tiempo, han escuchado durante cada día mientras la comunidad moraba en el monasterio.

Me dirijo de nuevo hacia la explanada principal, desde allí se pueden distinguir las grandes extensiones de cultivo de los nuevos regadíos, las plantaciones de melocotón que acompañan al Guadalope en su lento discurrir por las tierras del Bajo Aragón, las grandes construcciones industriales de los polígonos alcañizanos y la localidad de Castelseras
Por ultimo abro mis pabellos auditivos al sonido de la naturaleza. Intento entender a través del oído el porque aquellos frailes escogieron esta lejana y perdida ubicación para formar su comunidad. Intento aislar los sonidos y las sensaciones que ellos buscaban en este lugar, pero solo oigo un estruendoso sonido, el sonido de motores revolucionados, el sonido de la gasolina al explosionar dentro de un motor. Incluso desde aquí se oyen los rugidos incansables de los cientos de caballos que hay en el interior de los coches de competición que ruedan en Motorland. 




Sonrío, echo un ultimo vistazo al convento y susurro: “Si los frailes levantaran la cabeza”